Él la tenía atada, amordazada y con los ojos vendados. Se sentó a horcajadas sobre su rostro y hundió su miembro erecto en su boca expectante. Con cada embestida, ella gemía de placer, con el cuerpo retorciéndose bajo él. Después, la giró y le abrió las piernas, lamiendo su dulce néctar antes de hundir la lengua profundamente en ella. Ella jadeó de éxtasis, su cuerpo temblando de placer. Él tenía el control total, dominándola de todas las maneras posibles. Fue una noche que jamás olvidaría.