Maya, la diosa dominante, acariciaba su palpitante pene con provocación mientras controlaba su placer. Sus hábiles manos apretaban y succionaban sus testículos, deseando un orgasmo frustrado. Con cada embestida, reafirmaba su poder y control sobre él. Él suplicaba liberación, pero ella disfrutaba viéndolo sufrir. Finalmente, con una sonrisa cruel, lo llevó al límite y se detuvo, dejándolo dolorido y lleno de deseo.