Su estrecho trasero no soportó la fuerza de sus azotes, dejándola en carne viva y dolorida. Pero sus deseos sádicos aún no estaban satisfechos. Exigió un poco de juego anal con su esclava aficionada, haciéndola implorar clemencia con cada embestida. El dolor de sus azotes, combinado con el placer de ser poseída, la dejó hecha un mar de temblores.