Mientras me recostaba en la cama, no pude resistir la tentación de tocarme. Mi joven cuerpo ansiaba liberarse, y ya no podía negarme más. Mis dedos danzaban sobre mi piel, provocándome escalofríos. El placer era real, intenso, y sabía que me acercaba a mi objetivo final. Cerré los ojos y me dejé llevar, convulsionando mi cuerpo al alcanzar la cima del éxtasis. El juego en solitario nunca se sintió tan bien.
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