La boca de mi amante sobre mí era un auténtico paraíso sensorial; pero cuando se deslizó dentro, abrió una nueva dimensión. Tan apretada, tan profunda, tan increíblemente placentera. Nuestras pieles eran de colores diferentes, pero encajábamos a la perfección. Era como una danza sensual, cada movimiento alcanzando un crescendo que nos consumía a ambos en puro placer.