Mientras la salvaje fiesta posterior rugía, la guarrilla cocainómana suplicaba que le bombearan el coño con más fuerza. Sus gritos de placer resonaban mientras se corría sobre las esposas que la sujetaban a la cama. Sin nadie cerca para satisfacerla, tomó cartas en el asunto, masturbándose hasta desplomarse en éxtasis orgásmico.