La nueva camarera llegó al hotel en su primer día con ropa deportiva ajustada; su tremendo trasero apenas cabía en esos shorts diminutos. No podía dejar de mirarla, con la polla palpitando en mis pantalones. Se inclinó para quitar el polvo de la mesita de noche, y sus labios carnosos casi me guiñaban un ojo. Saqué mi grueso pene y me lancé a darle duro, follándome ese culazo como si no hubiera un mañana. Gemía, disfrutando cada centímetro. Un fetiche hecho realidad.
6:14
20:33
13:06