En el calor de una fiesta colombiana, me colé en la cocina con mi vecina, una lesbiana cachonda con una sonrisa lujuriosa. Estábamos como locos, su novia estaba en la otra habitación, despistada. Le subí la falda; no llevaba bragas, lista para la acción. Sonrió, me atrajo hacia mí, mi polla ya estaba dura. Follamos ahí mismo, con la espalda contra la encimera, los platos cayendo al suelo. Gimió, la embestí con más fuerza, sus tetas rebotaron al ritmo hasta que oímos un jadeo. ¡Pillada! Su novia estaba cabreada, pero sonrió al vernos hacer la tijera. La noche salvaje en Colombia se puso aún más caliente.