Se despertó con el pie izquierdo otra vez, quejándose del café. Sin leche, igual que ayer. ¡Joder!, sabía justo lo que necesitaba para alegrarle el día. La agarré, la lancé sobre mi polla y dejé que me cabalgara como la vaquera morena amateur que es. Ese dulce coño interracial me ordeñó, primero al revés, luego en vaquera clásica, hasta que reventé, llenándola de una tarta de crema doble. Le encantó. Se olvidó por completo del maldito café.