En el baño lleno de vapor, no podía dejar de pensar en cuánto necesitaba una descarga. Apenas tenía 18 años, estaba cachondo como un tomate, y mi padrastro estaba justo afuera de la puerta. Le rogué que me ayudara, que me rodeara la polla con su mano enorme y me masturbara. Dudó, pero vio lo guapa que estaba, con los pantalones bajados y la polla erecta. Se escupió en la mano, agarrándome el miembro, trabajándolo a la perfección. Fue una paja casera inolvidable; sus manos ásperas me hicieron correrme por todos los azulejos del baño.