Pillé al amigo de mi hijastro con las manos en la masa, oliendo mi lencería sexy como un maldito pervertido. Pero no estoy enfadado; el tipo tiene buen gusto. En lugar de patearle el trasero, le enseñé a apreciar a una mujer de verdad. Me quité mis bragas de seda caseras, presumí de mi buen culo y le di a ese aficionado una lección que jamás olvidará. Se fue con una sonrisa enorme y mucho más que un vistazo a mi belleza.