Le prometió a su ardiente hermanastra que no se deslizaría dentro, pero, maldita sea, estaba empapada y lo suplicaba. Una belleza como ella, empapada y lista, ¿quién podría resistirse? La provocó, jugando con su coño mojado, pero ella se resistió, ansiosa por más. Era una maldita diosa, rogando por su polla, él no podía parar. Embistió ese dulce y tabú coño hasta llenarla de una espesa y cremosa corrida. Libre y jodidamente ardiente, un sueño fetichista hecho realidad.