Entró y me metió las bolas en su esposa. La bombeaba con fuerza, sus gemidos llenaban la habitación. Se quedó paralizado, con la cara roja de ira. "¿Qué demonios haces?", gritó. Pero no paré, su coño era demasiado bueno. Se quedó allí, mirando, furioso, mientras seguía follándome a su esposa, su cuerpo temblando con cada embestida.