En una tarde tranquila, mi madrastra, una rubia guapísima, entró en mi habitación. Al pillarme masturbándome, me sonrió con picardía: "¿Necesitas ayuda?". Antes de que me diera cuenta, estaba a horcajadas sobre mí, deslizando mi polla entre sus labios húmedos. Este polvo casero amateur era un tabú, pero, caray, su paja vaginal era alucinante.