Mientras mis amigos estaban ocupados asando kebab, un semental tatuado me metió a escondidas en una barraca cercana para un polvo público y ardiente. No podía apartar las manos de mis curvas morenas, azotándome el culo hasta que se puso rojo cereza. Caí de rodillas y le hice una mamada que jamás olvidaría; nuestros gemidos resonaban en el pequeño espacio.