La fiesta de oficina termina temprano cuando una latina tetona, aburrida de charlas triviales, se arrodilla bajo el muérdago. Me la chupa con fuerza, provocando gemidos que resuenan en los silenciosos cubículos. La doy vuelta y la embisto a cuatro patas, con sus enormes tetas rebotando. Después, hago el misionero sobre el escritorio; sus gritos de placer son los únicos villancicos que necesitamos.