En nuestra estrecha residencia universitaria, mis compañeros y yo convertimos el tiempo de estudio en tiempo de sexo. Dos pollas, un coño ansioso, no nos da vergüenza compartir. Los vaqueros caen al suelo y comienza la verdadera educación. Los gemidos resuenan por los pasillos, pero ¿a quién le importa? Esto es sexo universitario en su máxima expresión.