Golpeé la mesa como si fuera una zorra implorando más. Su culo rebotaba contra la madera mientras la penetraba profundamente, imprudente y brutalmente. Gritaba por cada centímetro, con el sudor goteando mientras ambos corríamos hacia el maldito final. La mesa se sacudió, su coño palpitó, y me corrí como un campeón.