Entré en la cocina, y allí estaba, mi madrastra, tan cachonda, con los dedos metidos en su coño, gimiendo como una puta. No me vio, perdida en su mundo, frotándose contra la encimera. Me quedé allí, observando cómo sus tetas rebotaban, su polla dura como una piedra. Los platos sucios nunca se vieron tan bien.