El hijastro pilla a su madrastra desprevenida, encontrándola despatarrada en la cama de vacaciones, con un consolador metido hasta el fondo. Pone los ojos en blanco mientras gime, ajena a su presencia. La luz del sol entra a raudales, realzando sus curvas. Él se queda paralizado, observándola darse placer, mientras la excitación tabú electriza la habitación. ¡Joder, qué espectáculo!
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