No podía mantenerse alejada, atraída de nuevo por esas inmensas vergas de hermanastro. Una emoción secreta, un señuelo tabú: ansiaba esa polla gruesa y prohibida. En la casa silenciosa, se entregó de nuevo, gimiendo mientras estiraban su estrecho coño, llenándola como nadie más podía. Sin remordimientos, solo placer puro y sucio mientras suplicaba por más, cabalgando esas pollas monumentales hasta el éxtasis puro.