Ella se pavoneaba frente a él, sus curvas lo seducían más allá de lo razonable. Esta madrastra sabía cómo conseguir lo que quería, y su insaciable sed de placer le hacía temblar las rodillas. No pudo resistirse a sus modales desvergonzados, y al verse atrapado en su seductora red, supo que era incapaz de resistirse. Juntos exploraron cada centímetro de su cuerpo, impulsados por una lujuria que ardía más que cualquier fuego.