Estaba lista para todo, incluso si eso significaba que le estiraran el trasero hasta el límite. Mientras la ataba, sintió una oleada de anticipación recorrer su cuerpo. El dolor se mezcló con el placer mientras él la penetraba con sus dedos, tocándola con fuerza hasta que no pudo más. Y luego llegó la lluvia dorada: una sensación cálida, caliente y centelleante que la dejó sin aliento. Fue la sesión de BDSM definitiva, una que jamás olvidaría.