Mi jefa, una mujer gordita, estaba desesperada por un ascenso y yo estaba dispuesta a dárselo. Me montó como una fiera, primero a cuatro patas y luego a lo vaquera. Lo que no sabía es que tenía a un mirón observándome todo el tiempo. Éramos una pareja traviesa a la que le encantaba que la observaran.
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