Una monja musculosa te pone en tu lugar con una humillante comparación de músculos. Se alza sobre ti, flexionando sus bíceps y abdominales mientras te encoges bajo ella. Su mirada severa y su comportamiento autoritario dejan claro quién manda. Mientras tiemblas en sumisión, no puedes evitar sentir una retorcida excitación ante la dinámica de poder.