No pude resistir la tentación de tocarme en el probador. Me aseguré de que no hubiera peligro antes de deslizar la mano. La sensación de la tela contra mi piel, sumada a mi propia excitación, era casi insoportable. Gemí en voz baja mientras fantaseaba con que un desconocido entrara y me pillara en el acto. Era una excitación peligrosa que no pude resistir, y salí de la tienda sintiéndome eufórica y satisfecha.