A mi esposa, la bomba rubia, siempre le encantaba ser el centro de atención. Así que, cuando mi viejo amigo vino decaído, sabía qué lo animaría. Le ofrecí asientos en primera fila para nuestro ardiente espectáculo a cuatro patas, seguido de una jugosa sesión de misionero. No se cansaba de los agujeros calientes de mi esposa y de la emoción de ser un mirón.