Mientras me penetraba hasta el éxtasis, sonó su teléfono. Ignorándolo, continuamos. Hasta que oí su voz. Su esposa. "¿Quién gime de fondo?", preguntó. Tuve que ahogar mis propios gritos cuando susurró: "Solo una broma, cariño". La emoción del peligro solo lo agravó. Y cuando finalmente se corrió, fue una corrida caótica y satisfactoria.