Tuve el placer de tocar a una zorrita madura y liberada. Sus gemidos eran música para mis oídos mientras le daba placer a sus dos agujeros, provocándole un orgasmo sonoro y estremecedor. Mis habilidades para el cunnilingus eran impecables, y ella no se cansaba de mi amor duro y rudo. Fue una sesión de terapia familiar que jamás olvidaría.