En la habitación en penumbra, Mila Azul yacía boca arriba, explorando cada centímetro de su cuerpo con los dedos. Sus grandes pechos rebotaban de placer mientras deslizaba los dedos hasta su clítoris, frotándolo hasta que no pudo contenerse más. Finalmente, estalló en un frenesí orgásmico, gimiendo de éxtasis. Era un espectáculo digno de contemplar.