Desperté a mi nueva cuñada y le di un polvo brutal y brutal. Me rogó por más y yo accedí encantado, convirtiéndolo en una obra maestra casera. Era mi fantasía asiática hecha realidad y no me cansaba de sus curvas negras. Follamos como si no hubiera un mañana, y el sonido de nuestros cuerpos chocando llenaba la habitación. Era la peor pesadilla de una esposa, pero mi mayor deseo.