La devota maestra de escuela dominical ansiaba algo más que la sangre de Cristo. Se escabulló al estacionamiento de la iglesia, donde una enorme polla negra la esperaba para saciar su boca hambrienta. Sus voluptuosas curvas rebotaban mientras se atragantaba con la delicia del chocolate, demostrando que incluso las mujeres más santas tienen un lado travieso.